Edición 3 – Invierno de 2023
Dennis Clark, PPP
Parlamentaria de NECW
Esta serie de artículos, bajo el título “La Regla” (The Square en inglés), está dedicada a la propuesta de que, así como los antiguos albañiles utilizaron esa herramienta para erigir edificios que durarían cientos, si no miles de años, se puede aplicar el mismo principio a otras cuestiones de la civilización. Para los propósitos de estos artículos, propondría que las reglas adoptadas por sociedades pluralistas, desde tan sólo un puñado (asociaciones, clubes, etc.) hasta naciones completas, se basen en principios de justicia para todos, así como de igualdad de derechos y trato para todos. La historia nos instruye que esto debe ser así si una sociedad democrática quiere resistir el pasar del tiempo.
Así como el Coliseo de la antigua Roma, las pirámides de las civilizaciones egipcia y maya, y el Partenón y los templos de esa primera democracia, la antigua Grecia, surgieron de piedras angulares hechas cuadros por los constructores, la Constitución de los Estados Unidos se destaca como la constitución escrita más antigua del mundo del mundo actual. Este es un homenaje a nuestros fundadores quienes, hace casi dos siglos y medio, formaron un marco de gobierno que ha servido como baluarte contra las fuerzas de la glotonería y la codicia, la intolerancia y el odio, los demagogos, los extremistas y los anarquistas. Quienes están detrás de estas fuerzas o movimientos, tanto de manera interna como fuera del país, han buscado dividirnos como nación a lo largo de nuestra historia. Creo que nunca está de más recordarnos que el acrónimo de Estados Unidos es US en inglés (Nosotros), We the People (Nosotras las Personas).
Quizás el principio fundamental de una democracia sea el precepto de gobierno de la mayoría del pueblo o, en el caso de las sociedades (asociaciones), de sus miembros. Esta verdad está correctamente atenuada por la cierta protección de quienes se encuentran en la minoría. Según la Constitución, esos derechos se establecen en sus primeras diez enmiendas, conocidas como La Declaración de Derechos.
A lo largo de nuestra historia, la Constitución, basada en los principios nivelados de equidad, justicia y libertad para todos, se ha mantenido firme a través de agitaciones económicas, guerras extranjeras, demandas de derechos civiles ampliados para aquellos que hacen vida en la minoría, e incluso guerras civiles.
Empero, existe una delgada línea entre el derecho de la mayoría a gobernar, sin menoscabar los derechos de la minoría. Esta línea no se extiende hasta el grado infinito. Es decir, es posible que las necesidades, los anhelos y quizás incluso las necesidades de cada miembro no se aborden plenamente a su gusto. Hacerlo llevaría a la anarquía. Conduciría a la incapacidad de la sociedad para progresar, para gobernarse a sí misma, que podría desembocar en lo que muchos llaman una tiranía de la minoría.
El General Henry M. Robert era bien consciente de este problema cuando escribió en uno de sus tres libros acerca del procedimiento parlamentario:
“La gran lección que deben aprender las democracias es que la mayoría otorgue a la minoría una oportunidad plena y libre de presentar su versión del caso, y luego que la minoría, al no haber logrado ganarse a la mayoría para que crean en sus puntos de vista, se supedite elegantemente y reconozca la acción como emblemática de toda la organización y así poder ayudar alegremente a llevarla a cabo hasta que puedan lograr su derogación”.
Derecho Parlamentario
Gen. Henry M. Robert
Desde la época de Thomas Jefferson, el primer parlamentario de esta nación, autor del Manual de Jefferson, el primer manual de procedimiento para el Senado de los Estados Unidos, hasta hoy, todos y cada uno de los autores de manuales parlamentarios han incorporado en sus reglas métodos para impedir que una minoría de los miembros (especialmente menos de un tercio) puedan ponerles un coto a los trabajos de una asamblea simplemente porque no pueden salirse con la suya. Muchas sociedades no gubernamentales, como la NECW, utilizan la última versión de las Reglas de Orden recién revisadas de Robert (12ª edición) como autoridad parlamentaria. En una edición posterior de esta columna exploraremos los métodos allí diseñados para proteger los derechos de la mayoría de aquellos que buscan coartar la capacidad de una sociedad para trabajar armoniosamente en la consecución de sus objetivos.
De momento, en los pasillos del gobierno de ambos partidos políticos llega una nueva generación de falsos parlamentarios que creen que su camino es el único. Ya sea su filosofía de gobierno, su economía o quizás incluso su religión, insisten en imponer su voluntad, a menudo estrecha, al resto de la sociedad. Mientras escribo, una pequeña minoría de la Cámara de Representantes de Estados Unidos ha logrado paralizar los procedimientos de esa cámara y, por tanto, gran parte de la maquinaria del gobierno de nuestra nación. En el Senado de los Estados Unidos, las reglas actuales permiten que una minoría, con tan solo un miembro, frustre la voluntad de la mayoría. Esto NO es patriotismo; ES tiranía, el ideal mismo que profesan condenar. La suya es una filosofía equivocada y desacertada y que está destinada, si no frustrada, a poner de rodillas nuestra forma democrática de gobierno a medida que el abismo entre los partidos políticos se hace cada vez más amplio.
Con tanta agitación en el mundo hoy en día, este no es el momento de que la anarquía se descontrole en nuestros salones de gobierno. De hecho, nunca es el momento de permitirlo. Esa forma de pensar no es lo que constituye esta nación: es diametralmente opuesta.
Hay quienes dicen que no deberíamos plantear este tipo de debate en “compañía educada” o, en este caso, en las páginas de una revista dedicada a las enseñanzas de las Escrituras. Sin embargo, este parlamentario cree que es precisamente aquí donde hay que entrar en el debate; Si no es aquí y en medios similares en toda nuestra sociedad pluralista, ¿dónde estará? ¿Cómo podemos permanecer inactivos mientras los cimientos mismos de nuestro modo de vida democrático están siendo atacados?
¿Quién entonces debe decidir si una tiranía de la minoría es la ola de un destino cierto e incierto de nuestra sociedad colectiva? La respuesta es: TODOS lo decidiremos, no sólo unos pocos. NOSOTROS, el Pueblo, decidimos haciendo saber a nuestros miembros electos del Congreso y a las legislaturas estatales, así como a nuestros amigos y vecinos, que queremos recuperar nuestro país. Queremos que nos lo devuelvan los extremistas de ambos lados del espectro político que reflejan las opiniones de una pequeña minoría en lugar de las de la gran mayoría. Si no nosotros, el Pueblo, ¿entonces quién? ¿Si no es ahora, cuando?