Rev Gay JenningsEl Proyecto de la Historia de las Mujeres Episcopales

Ceremonia de premiación 9 de septiembre de 2022

La Reverendo Gay Clark Jennings

Muchas gracias por esta invitación para unirme a ustedes, y gracias mil por el honor de recibir el premio Every Woman Counts Award (Cada mujer importa.)

De acuerdo con lo estipulado, estoy contenta de compartir un poco mi historia con algunas reflexiones sobre el liderazgo de las mujeres que participan en nuestra amada Iglesia, la cual es a veces un tanto tardía en lo atinente a la inclusión pero que trabaja encarecidamente para lidiar con ello, y entender el concepto.

Cuando yo tenía 23 años me fui a ver al obispo Nueva York para decirle que iba al seminario. Partí en agosto de 1974 y ya había sido aceptada en La Escuela Episcopal de la Divinidad en Cambridge, Masschusetts, y lo hacía con el propósito de que me iba a poner a prueba a mí misma por un año a ver si esta era mi vocación. Pero el rector de mi poder y yo le avisamos al Obispo de mis planes, y eventualmente me reuní con el Obispo Ned Cole, quien lucía un poco como Matusalén, y así que le dijo lo que tenía pensado hacer.

Yo conocí al Obispo Cole solo dos semanas después de la ordenación sacerdotal del Filadelfia 11, y uno de ellos fue el Obispo Cole de Nueva York, aunque él estaba a favor de la ordenación de mujeres, no estaba muy emocionado por ello.

Y dijo: “¿Jovencita, por que estas aquí? ¿Qué quieres de mí? Yo respondí diciéndole. “Vine porque mi rector me dijo que tenía que venir a verte y por eso estoy aquí, y no quiero nada de ti.” Y se rio y me dijo, “Tu eres la primera persona que viene a verme en mucho tiempo que no quiere nada de mí.”

Luego el me miro con sus anteojos puestos a medias y me pregunto algo que ya yo sabía que era relevante para él. Él dijo, “Gae, ¿qué harás si no eres ordenada?”

Yo lo miré intensamente a los ojos y dije sin vacilación, “Otra cosa.” Y él se reventó a carcajadas y me dijo que esperaba ser el primero en saber si yo decidía que quería ser ordenada. No le dije que yo todavía pertenecía a la Iglesia Presbiteriana. Y no pareció tener importancia ya que ya yo había venido asistiendo a la Iglesia Episcopal intermitentemente por un par de años cuando estaba estudiando en la Universidad, pero eso es otra historia distinta.

Me embarque en el viaje a la Escuela Episcopal de Divinidad en Cambridge, Massacussetts para el seminario y mi año de prueba se convirtió en tres. Y mientras estuve allí, conocí, en un juego de Póker, al hombre que ha sido mi esposo por 46 años. Al y yo nos casamos el 14 de agosto de 1976, justo antes de finalizar mi último año en el seminario, y unas semanas antes de la histórica convención 65.

Luego de nuestra luna de miel y de habernos mudado a un departamento nuevo en Cambridge, solicite mi primera petición gubernamental a las que mi paciente esposo no se ha opuesto por los últimos 45 años, “Cariño, ¿podrías acomodar el departamento mientras voy a Minneapolis a ver qué pasa?

Gracias a que la Convención General 65 en 1976 hizo los cánones que gobiernan la ordenación de hombres y mujeres más equitativos, yo he servido a la iglesia como una persona ordenada por más de 40 años. La iglesia que todos amamos hizo algo cuando paso el canon. Yo tengo una confesión que hacer. Cuando yo fui ordenada hace mucho tiempo atrás, yo pensaba que eso era relevante, el hecho de que las mujeres fueran ordenadas. Pero estaba equivocada, Muy equivocada. La razón primaria que yo pude ser ordenada en el primer lugar fue gracias a la persistencia de las mujeres laicas. Pero eso no lo pude apreciar recién ordenada. La historia de la persistencia y testimonio de las mujeres laicas, como ya bien saben, y yo agradezco al Proyecto de la Historia de Las Mujeres Episcopales (Siglas en ingles EWHP) por mantener parte de esa historia vigente.

Cuarenta seis años desde aquel tenso día en Minneapolis, el liderazgo de las mujeres, tanto laicas como ordenadas, ha cambiado la iglesia, la manera en que nos gobernamos y también la forma en que entendemos problemas de inclusión. El movimiento a favor del liderazgo de las mujeres estableció redes de contactos, genero una ventaja y nutrió a los lideres que impulsaron por la inclusión de homosexuales, lesbianas, bisexuales, transgéneros en la vida de la iglesia, insistió que manejáramos con cuidado los problemas de tipo sexual dentro del clero, y galvanizo otros movimientos para la justicia social.

La verdad que he venido a comprender es que mi historia no empieza con la lucha de poder ordenarme sacerdotisa como mujer, sino con la lucha para que la mujer pueda tomar el lugar que le corresponde en el gobierno de la iglesia al servir en la Cámara de Diputados. Este movimiento empezó en 1913, y algunos piensan que no llego a su consecución sino hasta 1970 cuando las mujeres pudieron ser elegidas diputadas. Pero, por una convención, en 1946, una mujer llamada Elizabeth Huntington Dyer de la Diócesis de Missouri fue nombrada a la Cámara de Diputados.

Su Obispo, William Scarlett, la puso a la altura. Ella era la hermana de un sacerdote y la sobrina de un Obispo, y las personas que querían ver a una mujer tomar su lugar en los concilios de la Iglesia pensaron que era difícil de rechazarla.

Betsy Dyer fungió en esa convención, pero por los años 1949, la oposición se había organizado. Cuatro mujeres debidamente elegidas-cada una de las Diócesis de Nebraska, Olympia, Missouri, y Puerto Rico-fueron negados los escaños en la Cámara de Diputados, y la convención decidió manejar la controversia de la manera más americana posible-nombrando una comisión. Su nombre formal fue “La Comisión conjunta para considerar el Problema de Darles a las Mujeres de la Iglesia una Voz en la Legislación de La Convención General.” Su reporte está en la publicación de la Convención General de 1952 y te la recomiendo, especialmente si tú eres un estudiante de los tantas y variopintas maneras que la iglesia puede evitar hacer justicia.

No estarás sorprendido de aprender que la Comisión conjunta para considerar el Problema de darle a las mujeres de la Iglesia una voz en la Legislación de la Convención General no resolvió el problema que le impusieron. De hecho, cada Convención General entre los años 1943 y 1964 rechazo las resoluciones para darles escaños en la Cámara a las mujeres.

En 1964, el Baluarte que los diputados habían construido comenzó a derrumbarse. Algunos de ustedes conocen la historia del como cayo-las bolas destructoras incluyeron gracia, vergüenza, y dinero. La doctora Pamela Darling comenta sobre la historia en su libro, Vino Nuevo, y yo me apoyé en el cuándo escribí el capítulo sobre este tema en el libro de ensayos “Mirando adelante, Mirando atrás”, editado por la Doctora Fredrica Harris Thompsett, una diputada, laica, y profesora del seminario de larga data, para marcar el aniversario número 40 de la ordenación de las mujeres. Es una historia de llena de lecciones sobre la búsqueda de la igualdad en la Iglesia. Aquí esta lo que Pam Darling dice:

Una y otra vez las mujeres del Trienal amablemente solicitaron, y una otra vez los diputados se negaron-ya que cada convención efectuó los rituales de deferencia y poder incrustados en el Ofertorio del Agradecimiento Unido, el cual fue presentado por mujeres y magnánimamente recibido por los hombres. El poder no se supedita a la deferencia, y no es hasta que el gran poder ejercido, en la forma de una distancia vergonzosa entre las practicas seculares y eclesiásticas resaltadas por la respuesta del Obispo actual Lichtenberger en 1964, que los hombres de la Convención finalmente votaron para permitir que las mujeres se unieran a ellos como diputadas.

Lichtenberger, un Obispo amado que se jubiló debido por problemas de salud, hablo en tono firme a la sesión conjunta de la Convención General de 1964, arremetiendo en contra de los hombres reunidos en la asamblea y su contradicción inherente de reusarse a admitir a mujeres para que tengan escaños, a pesar de la aceptación de casi $5 millones del Ofertorio del Agradecimiento Unido y la adopción de un documento titulado “Responsabilidad Mutua e Interdependiente” del Congreso Anglicano de 1963.

Lo que hicimos esta mañana y lo que hacemos ahora es la realidad-La otra es, creo yo, la falta de voluntad para enfrentar el hecho de que las mujeres son parte del cuerpo místico de Cristo, que ellas son parte del movimiento de los laicos y a su vez miembros del cuerpo de Cristo,” Él dijo.

Mas tarde en el día, el presidente de la Cámara de Diputados, Clifford Morehouse, un distinguido seguidor de Diputadas en ejercicio convino a la cámara y ordeno que la declaración del Obispo a cargo Lichtenberger sea leída nuevamente. A pesar de su apelación, los diputados permanecieron molestos con el Obispo y su intento de influenciar a la Cámara de Diputados y se mantuvieron firmes en su posición. 1

En la próxima Convención General, en 1967, los diputados finalmente cedieron 2. A continuación el por qué: A medida que el poder de las Mujeres de la Iglesia Episcopal creció, lo propio ocurrió con su influencia política. El Ofertorio de Agradecimiento Unido, que había sumado un poco por encima de los $44,000 en 1875, ahora tenía hasta $2 millones por los años 1948 y 1951, y recibió una donación de más de $1 millón aunado a las pequeñas donaciones colocadas en las cajas azules que están en todos lados dentro de la iglesia. 3

En la convención de 1976, Lueta Bailey de la Diócesis de Atlanta era la Oficial presidiendo la Trienal, lo cual hizo que ella se encontrara en medio de problemas. El Obispo a cargo. John Himes, estaba promoviendo un “programa especial” valorado en $9 millones que le permitiría a la Iglesia Episcopal “a estar a la palestra de los oprimidos y marginados de este país con el propósito de buscar una sanación nacional.”

Bailey había sido introducida al problema de las diputadas en ejercicio en la Convención General del año 1955 en Honolulu, cuando ella fue la primera delegada para la reunión Trienal de las mujeres. “Yo participe en el primer debate acerca de las diputadas en ejercicio y me excuse del mismo airadamente porque simplemente no sabía que hacer.” Ella le comento a la Doctora Mary Sudman Donovan, esta última siendo una pionera en toda la extensión de la palabra dentro de la historia de las mujeres en la Iglesia Episcopal, en una entrevista para los archivos de la Iglesia Episcopal en 1983. Ella era. Ella dijo, “En la cámara de diputados y solo se puede permanecer desde las afueras, tú sabes, mirando adentro…”

Con Bailey presidiendo en 1967, La reunión Trienal votó para aprobar el petitorio de Hines para contribuir con $3 millones al Programa Especial. El voto se llevó a cabo antes que la Convención General considerase la iniciativa, y que el compromiso de las mujeres otorgase una tercera parte de los fondos necesarios el cual ejercería una tremenda influencia en el debate. En suma, las mujeres, a las que les negaron un rol en la gobernanza de la iglesia, ejercieron su autoridad al influenciar el presupuesto y azuzando a la Iglesia a mirar más allá de su ministerio y misión.

No estarás sorprendido de que a los hombres no le gusto como esta serie de eventos se suscitaron. Ellos se quejaron de que las mujeres y su dinero estaban ejerciendo mucho poder. La señora Bailey recordó, “Estuvimos bajo el constante escarnio de los hombres quienes siempre traían el tema a colación,” Ella respondió de una manera firme y prácticamente cerro las puertas del salón de reuniones para la Trienal. “…Algunos fueron motivados, pero otros no, y esto resulto en que cerraran las puertas,” Ella dijo. “Porque yo conocía a algunos de aquellos hombres promisorios y ellos podrían haber vendido e influenciarnos.”

Entonces llego la votación para admitir a mujeres como diputadas. Primeramente, la Cámara de Diputados y después la Cámara de Obispos votaron a favor de darle escaños a las mujeres como diputadas. “Mientras camino por el pasillo [en la Cámara de Diputados], nunca olvidare la masa de hombres tomándome fotos de arriba abajo…Fue un gran día en la vida de la Iglesia. Y no solo fue Lueta Bailey, fueron todas las mujeres caminando por el pasillo.” En ese día, ella se convirtió en la primera mujer en dar un discurso frente a la Convención General, hablando ante la Cámara de Diputados y Obispos a la vez.

Considera la magnitud de este hecho. La primera Convención General se llevó a cabo en 1785, y por 182 años, solo hombres participaron en ella. Por casi dos siglos, la Convención General, la autoridad temporal dentro de la Iglesia Episcopal más elevada, solo escuchaba y consideraba las voces de los hombres. Como dice el dicho: ¡Hablemos de llegar tarde a la fiesta!

Durante el discurso de la señora Bailey en 1967, llegaron noticias de que la Cámara de Obispos había aceptado la aprobación de una enmienda constitucional que permitiría a las mujeres a tener escaños. Dicha enmienda a la constitución llevo a dos votaciones en la Convención General, y luego de ello, la historia se reanudo tres años después, el 12 de octubre de 1970 en la Convención General de Houston. El Diario de la Convención General de 1970 relata esta historia parlamentaria:

La secretaría leyó el mensaje número 2 de la Cámara de Obispos, “el cual informo a esta cámara que los Obispos habían concordado con el mensaje No 2 de los diputados, en adoptar, de manera definitiva, la enmienda a la sección 4 del artículo 1 de la constitución, el cual, tras sustituir la frase “persona laical” por “Laico” remueve todas las barreras para darle a las mujeres un escaño en la Convención General.”4  

Si alguien te llega a decir que la gobernanza de la iglesia en un sin sentido y aburrida, tú les puedes decir que, en 1970, fue el mensaje No. 2 concerniente a la enmienda de la sección 4, articulo 1 de la constitución, que quebró todas barreras.

Veintiún años después de lo mencionado, en 1991, Pamela Chinnis se convirtió en la primera mujer elegida como presidente de la Cámara de Diputados, y en 2012, Yo me convertí en la primera persona ordenada que sostuvo dicha posición. En el 2018, yo presidí sobre la primera Convención General a la que la mayoría de los asistentes fueron mujeres. Y ahora, 52 años después que las mujeres recibieron sus escaños dentro de la Cámara como diputadas, la presidente en una mujer Laica de origen latino, y la vicepresidente es una mujer ordenada de origen indígena. No puedo esperar el cómo la presidente, Julia Ayala Harris y la vicepresidente Rachel Taber-Hamilton ejercen su liderazgo. ¡Abróchense el cinturón, Iglesia!

Inspirada por la serie de Obituarios del New York Times llamadas “Overlooked” o “Pasado por alto” en español, que tratan de mujeres olvidadas, yo comencé a investigar el cómo recordamos a las mujeres que rompieron el molde y les dieron a las mujeres dentro la Iglesia Episcopal la posibilidad de votar. La Cámara de Diputados ha decretado una necrología, ahora referido como un Rollo Conmemorativo, para que sea leído y anexado a la minuta de cada Convención General para honrar a los miembros de la Cámara que han fallecido. Parece que la mayoría de las mujeres que fallecieron en 1946 y 1970 no fueron incluidas. Yo investigue al respecto, y fue mi honor rectificar esta omisión cuando un Rollo Conmemorativo especial fue leído en la Convención General número 80 en Julio. Fue poderoso escuchar los nombres de 59 mujeres laicas quienes no había sido inmortalizadas. Estoy continuando con la investigación de momento, y yo planeo en escribir acerca de estas mujeres olvidadas que han hecho historia. Todavía hay historias por contar.

El liderazgo de estas mujeres ha ayudado a romper otras barreras. Mi amigo Gary Hall, un compañero del seminario que retraso su propia ordenación por un año, tras reusarse en recibir órdenes cuando sus compañeras no hacían lo propio, denota cinco maneras en que el liderazgo de las mujeres ha cambiado a la iglesia. Recomiendo este ensayo-también está incluido en “Looking forward, looking backward” o en español “Mirando adelante, Mirando atrás”, pero quiero hacer énfasis en uno en particular. Gary dice que el liderazgo de las mujeres ha significado que la iglesia ha reconocido lo que él llama “La particularidad de la ubicación social” “Yo diría” él dice, “Que el liderazgo de las mujeres que forman parte del clero y movimiento de laicos han sido la fuerza motriz en la diferenciación de nuestra iglesia en todos sus aspectos. Toda vez que los hombres en posiciones de liderazgo tuvieron que reconocer que su trabajo podía ser realizado por otros no identificado como ellos, ello los forzó a abrirse a la posibilidad de que la identidad de su propio genero (en lo atinente a lo racial y sexual) era codependiente y no absoluto.”5

Unos años atrás, les dije a un grupo de seminaristas que se identificaban como mujeres que, si vislumbramos a nuestra meta y la definimos como la igualdad de la ordenación para las mujeres en la Iglesia Episcopal, o si medimos nuestro progreso solo en el número de mujeres Obispos, estamos fallando en comprender la magnitud del trabajo al que Dios nos ha llamado. Especialmente ahora que estamos lidiando con las crisis de justicia racial en nuestra nación, debemos entender que la promesa del liderazgo de las mujeres dentro de la iglesia solo lograra su consecución cuando nos comprometamos totalmente a desmantelar el racismo, comportamientos misóginos, la homofobia, y toda clase de opresión que es la antítesis del Evangelio.

Yo también les dije de tener cuidado con los llamados a responder a la membresía en declive y a la cultura secular por medio de un ajuste a la jerarquía, y limitar los estilos de liderazgo que aceptamos y la variedad de voces que escuchamos. El legado de las mujeres en la Cámara de los Diputados ha sido el abrir las puertas no solo a las mujeres lideres, pero también a las personas de color, miembros de la comunidad Gay (LGBTQ), y a los jóvenes llamados a liderar a nuestra iglesia tan amada.

Gracias por su testimonio y ministerio. Hace una gran diferencia el relatar historias de las mujeres que han moldeado nuestra identidad como miembros de la iglesia.

Bibliografía

  1. Pamela W. Darling, New Wine: The Story of Women Transforming Leadership and Power in the Episcopal Church, (Cambridge, MA: Cowley Publications, 1994), 90-91.
  2. Lueta Bailey, interview by Mary S. Donovan, August 23, 1983, The Archives of the Episcopal Church.
  3. Anne B. Fulk, “Triennial Yesterday…The Matrix Affirmed.” Triennial Today ca. 1991, courtesy of The Archives of the Episcopal Church.
  4. General Convention, Journal of the General Convention of…The Episcopal Church, Houston, 1970 (New York: General Convention, 1970), 127.
  5. Hall, Gary. “But We Thought We Were So Normative: A Male Perspective on Women, Authority, and the Church” in Fredrica Harris Thompsett, ed. “Looking Forward, Looking Backward: Forty Years of Women’s Ordination,” (New York: Morehouse Publishing, 2014), 145.

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