Episcopal Church Women

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Episcopal Church Women in the News 03-11-23

Outreach Teen Relief program strives to help those who need it most

Thank you’ to St. John’s Episcopal Church for their donation of school supplies. – Imlay City, MI

New leader at West Point church focuses on pastoral care

Humans of Cranston

Grace Swinski is the co-coordinator for the Cranston Family Center/COZ and Archdeacon of Episcopal Diocese of Rhode Island

Newly purchased Oklahoma house has a special purpose: as a safe home for women in need

Oklahoma Episcopal diocese finds residence for new women’s program

The Episcopal Women’s Thrift House is preparing to close its doors likely in April

Homeless people are keeping customers away from the store and threatening staff and volunteers. – Colorado Springs, CO.

‘Regulated by somebody else’s faith.’ Why some Utah religious groups oppose abortion restrictions.

Seven local religious communities came together to submit a brief in support of a lawsuit challenging Utah’s abortion trigger ban.

Episcopal Church awards 2023-24 Young Adult and Campus Ministry grants

The grant review team included provincial coordinators for young adult and campus ministry, leaders in the area of young adult ministry, staff, and a member of Executive Council.

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View Past Women in Action News Blasts

2023-03-10T14:52:00+00:00March 11th, 2023|

Prayer for this time in the world

Prayer for this time in the world
When we wake and discover our lives
Are suddenly in a never-before time,
A never-again-the-same time,
Grant us courage, O God, in knowing
That all times are yours,
That you are ever before and after,
That with you there is no “never.”

Remind us that although mountains may become plains,
Seas may turn to desert, and our “ordinary” days may disappear,
You are unchanging in your love for us,
Ceaseless in your mercy,
Endless in your compassion.

Do not let us forget that you weep with us.
Empower us to be brave enough to shed tears.
Strong enough to seek grace.
Generous enough to serve both neighbor and enemy.
Though we sit apart and alone, transform us
Into souls bigger than self and larger than singular.

If that more fearsome never-before time,
That most dreaded never-again-the-same time
Comes to us and those we hold most dear,
Help us still to shine with hope, O God,

That our sickness may be another’s teacher,
Our deaths a pathway to life.

And when at last we enter fully into you,
May we say together with joy:
It has never been this way before.
It will never be the same again.
It is now, always and forever,
Only Love.

by Anne M. Windholz, MDiv, PhD


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2023-03-10T15:29:46+00:00March 10th, 2023|

El Proyecto de la Historia de las Mujeres Episcopales

Rev Gay JenningsEl Proyecto de la Historia de las Mujeres Episcopales

Ceremonia de premiación 9 de septiembre de 2022

La Reverendo Gay Clark Jennings

Muchas gracias por esta invitación para unirme a ustedes, y gracias mil por el honor de recibir el premio Every Woman Counts Award (Cada mujer importa.)

De acuerdo con lo estipulado, estoy contenta de compartir un poco mi historia con algunas reflexiones sobre el liderazgo de las mujeres que participan en nuestra amada Iglesia, la cual es a veces un tanto tardía en lo atinente a la inclusión pero que trabaja encarecidamente para lidiar con ello, y entender el concepto.

Cuando yo tenía 23 años me fui a ver al obispo Nueva York para decirle que iba al seminario. Partí en agosto de 1974 y ya había sido aceptada en La Escuela Episcopal de la Divinidad en Cambridge, Masschusetts, y lo hacía con el propósito de que me iba a poner a prueba a mí misma por un año a ver si esta era mi vocación. Pero el rector de mi poder y yo le avisamos al Obispo de mis planes, y eventualmente me reuní con el Obispo Ned Cole, quien lucía un poco como Matusalén, y así que le dijo lo que tenía pensado hacer.

Yo conocí al Obispo Cole solo dos semanas después de la ordenación sacerdotal del Filadelfia 11, y uno de ellos fue el Obispo Cole de Nueva York, aunque él estaba a favor de la ordenación de mujeres, no estaba muy emocionado por ello.

Y dijo: “¿Jovencita, por que estas aquí? ¿Qué quieres de mí? Yo respondí diciéndole. “Vine porque mi rector me dijo que tenía que venir a verte y por eso estoy aquí, y no quiero nada de ti.” Y se rio y me dijo, “Tu eres la primera persona que viene a verme en mucho tiempo que no quiere nada de mí.”

Luego el me miro con sus anteojos puestos a medias y me pregunto algo que ya yo sabía que era relevante para él. Él dijo, “Gae, ¿qué harás si no eres ordenada?”

Yo lo miré intensamente a los ojos y dije sin vacilación, “Otra cosa.” Y él se reventó a carcajadas y me dijo que esperaba ser el primero en saber si yo decidía que quería ser ordenada. No le dije que yo todavía pertenecía a la Iglesia Presbiteriana. Y no pareció tener importancia ya que ya yo había venido asistiendo a la Iglesia Episcopal intermitentemente por un par de años cuando estaba estudiando en la Universidad, pero eso es otra historia distinta.

Me embarque en el viaje a la Escuela Episcopal de Divinidad en Cambridge, Massacussetts para el seminario y mi año de prueba se convirtió en tres. Y mientras estuve allí, conocí, en un juego de Póker, al hombre que ha sido mi esposo por 46 años. Al y yo nos casamos el 14 de agosto de 1976, justo antes de finalizar mi último año en el seminario, y unas semanas antes de la histórica convención 65.

Luego de nuestra luna de miel y de habernos mudado a un departamento nuevo en Cambridge, solicite mi primera petición gubernamental a las que mi paciente esposo no se ha opuesto por los últimos 45 años, “Cariño, ¿podrías acomodar el departamento mientras voy a Minneapolis a ver qué pasa?

Gracias a que la Convención General 65 en 1976 hizo los cánones que gobiernan la ordenación de hombres y mujeres más equitativos, yo he servido a la iglesia como una persona ordenada por más de 40 años. La iglesia que todos amamos hizo algo cuando paso el canon. Yo tengo una confesión que hacer. Cuando yo fui ordenada hace mucho tiempo atrás, yo pensaba que eso era relevante, el hecho de que las mujeres fueran ordenadas. Pero estaba equivocada, Muy equivocada. La razón primaria que yo pude ser ordenada en el primer lugar fue gracias a la persistencia de las mujeres laicas. Pero eso no lo pude apreciar recién ordenada. La historia de la persistencia y testimonio de las mujeres laicas, como ya bien saben, y yo agradezco al Proyecto de la Historia de Las Mujeres Episcopales (Siglas en ingles EWHP) por mantener parte de esa historia vigente.

Cuarenta seis años desde aquel tenso día en Minneapolis, el liderazgo de las mujeres, tanto laicas como ordenadas, ha cambiado la iglesia, la manera en que nos gobernamos y también la forma en que entendemos problemas de inclusión. El movimiento a favor del liderazgo de las mujeres estableció redes de contactos, genero una ventaja y nutrió a los lideres que impulsaron por la inclusión de homosexuales, lesbianas, bisexuales, transgéneros en la vida de la iglesia, insistió que manejáramos con cuidado los problemas de tipo sexual dentro del clero, y galvanizo otros movimientos para la justicia social.

La verdad que he venido a comprender es que mi historia no empieza con la lucha de poder ordenarme sacerdotisa como mujer, sino con la lucha para que la mujer pueda tomar el lugar que le corresponde en el gobierno de la iglesia al servir en la Cámara de Diputados. Este movimiento empezó en 1913, y algunos piensan que no llego a su consecución sino hasta 1970 cuando las mujeres pudieron ser elegidas diputadas. Pero, por una convención, en 1946, una mujer llamada Elizabeth Huntington Dyer de la Diócesis de Missouri fue nombrada a la Cámara de Diputados.

Su Obispo, William Scarlett, la puso a la altura. Ella era la hermana de un sacerdote y la sobrina de un Obispo, y las personas que querían ver a una mujer tomar su lugar en los concilios de la Iglesia pensaron que era difícil de rechazarla.

Betsy Dyer fungió en esa convención, pero por los años 1949, la oposición se había organizado. Cuatro mujeres debidamente elegidas-cada una de las Diócesis de Nebraska, Olympia, Missouri, y Puerto Rico-fueron negados los escaños en la Cámara de Diputados, y la convención decidió manejar la controversia de la manera más americana posible-nombrando una comisión. Su nombre formal fue “La Comisión conjunta para considerar el Problema de Darles a las Mujeres de la Iglesia una Voz en la Legislación de La Convención General.” Su reporte está en la publicación de la Convención General de 1952 y te la recomiendo, especialmente si tú eres un estudiante de los tantas y variopintas maneras que la iglesia puede evitar hacer justicia.

No estarás sorprendido de aprender que la Comisión conjunta para considerar el Problema de darle a las mujeres de la Iglesia una voz en la Legislación de la Convención General no resolvió el problema que le impusieron. De hecho, cada Convención General entre los años 1943 y 1964 rechazo las resoluciones para darles escaños en la Cámara a las mujeres.

En 1964, el Baluarte que los diputados habían construido comenzó a derrumbarse. Algunos de ustedes conocen la historia del como cayo-las bolas destructoras incluyeron gracia, vergüenza, y dinero. La doctora Pamela Darling comenta sobre la historia en su libro, Vino Nuevo, y yo me apoyé en el cuándo escribí el capítulo sobre este tema en el libro de ensayos “Mirando adelante, Mirando atrás”, editado por la Doctora Fredrica Harris Thompsett, una diputada, laica, y profesora del seminario de larga data, para marcar el aniversario número 40 de la ordenación de las mujeres. Es una historia de llena de lecciones sobre la búsqueda de la igualdad en la Iglesia. Aquí esta lo que Pam Darling dice:

Una y otra vez las mujeres del Trienal amablemente solicitaron, y una otra vez los diputados se negaron-ya que cada convención efectuó los rituales de deferencia y poder incrustados en el Ofertorio del Agradecimiento Unido, el cual fue presentado por mujeres y magnánimamente recibido por los hombres. El poder no se supedita a la deferencia, y no es hasta que el gran poder ejercido, en la forma de una distancia vergonzosa entre las practicas seculares y eclesiásticas resaltadas por la respuesta del Obispo actual Lichtenberger en 1964, que los hombres de la Convención finalmente votaron para permitir que las mujeres se unieran a ellos como diputadas.

Lichtenberger, un Obispo amado que se jubiló debido por problemas de salud, hablo en tono firme a la sesión conjunta de la Convención General de 1964, arremetiendo en contra de los hombres reunidos en la asamblea y su contradicción inherente de reusarse a admitir a mujeres para que tengan escaños, a pesar de la aceptación de casi $5 millones del Ofertorio del Agradecimiento Unido y la adopción de un documento titulado “Responsabilidad Mutua e Interdependiente” del Congreso Anglicano de 1963.

Lo que hicimos esta mañana y lo que hacemos ahora es la realidad-La otra es, creo yo, la falta de voluntad para enfrentar el hecho de que las mujeres son parte del cuerpo místico de Cristo, que ellas son parte del movimiento de los laicos y a su vez miembros del cuerpo de Cristo,” Él dijo.

Mas tarde en el día, el presidente de la Cámara de Diputados, Clifford Morehouse, un distinguido seguidor de Diputadas en ejercicio convino a la cámara y ordeno que la declaración del Obispo a cargo Lichtenberger sea leída nuevamente. A pesar de su apelación, los diputados permanecieron molestos con el Obispo y su intento de influenciar a la Cámara de Diputados y se mantuvieron firmes en su posición. 1

En la próxima Convención General, en 1967, los diputados finalmente cedieron 2. A continuación el por qué: A medida que el poder de las Mujeres de la Iglesia Episcopal creció, lo propio ocurrió con su influencia política. El Ofertorio de Agradecimiento Unido, que había sumado un poco por encima de los $44,000 en 1875, ahora tenía hasta $2 millones por los años 1948 y 1951, y recibió una donación de más de $1 millón aunado a las pequeñas donaciones colocadas en las cajas azules que están en todos lados dentro de la iglesia. 3

En la convención de 1976, Lueta Bailey de la Diócesis de Atlanta era la Oficial presidiendo la Trienal, lo cual hizo que ella se encontrara en medio de problemas. El Obispo a cargo. John Himes, estaba promoviendo un “programa especial” valorado en $9 millones que le permitiría a la Iglesia Episcopal “a estar a la palestra de los oprimidos y marginados de este país con el propósito de buscar una sanación nacional.”

Bailey había sido introducida al problema de las diputadas en ejercicio en la Convención General del año 1955 en Honolulu, cuando ella fue la primera delegada para la reunión Trienal de las mujeres. “Yo participe en el primer debate acerca de las diputadas en ejercicio y me excuse del mismo airadamente porque simplemente no sabía que hacer.” Ella le comento a la Doctora Mary Sudman Donovan, esta última siendo una pionera en toda la extensión de la palabra dentro de la historia de las mujeres en la Iglesia Episcopal, en una entrevista para los archivos de la Iglesia Episcopal en 1983. Ella era. Ella dijo, “En la cámara de diputados y solo se puede permanecer desde las afueras, tú sabes, mirando adentro…”

Con Bailey presidiendo en 1967, La reunión Trienal votó para aprobar el petitorio de Hines para contribuir con $3 millones al Programa Especial. El voto se llevó a cabo antes que la Convención General considerase la iniciativa, y que el compromiso de las mujeres otorgase una tercera parte de los fondos necesarios el cual ejercería una tremenda influencia en el debate. En suma, las mujeres, a las que les negaron un rol en la gobernanza de la iglesia, ejercieron su autoridad al influenciar el presupuesto y azuzando a la Iglesia a mirar más allá de su ministerio y misión.

No estarás sorprendido de que a los hombres no le gusto como esta serie de eventos se suscitaron. Ellos se quejaron de que las mujeres y su dinero estaban ejerciendo mucho poder. La señora Bailey recordó, “Estuvimos bajo el constante escarnio de los hombres quienes siempre traían el tema a colación,” Ella respondió de una manera firme y prácticamente cerro las puertas del salón de reuniones para la Trienal. “…Algunos fueron motivados, pero otros no, y esto resulto en que cerraran las puertas,” Ella dijo. “Porque yo conocía a algunos de aquellos hombres promisorios y ellos podrían haber vendido e influenciarnos.”

Entonces llego la votación para admitir a mujeres como diputadas. Primeramente, la Cámara de Diputados y después la Cámara de Obispos votaron a favor de darle escaños a las mujeres como diputadas. “Mientras camino por el pasillo [en la Cámara de Diputados], nunca olvidare la masa de hombres tomándome fotos de arriba abajo…Fue un gran día en la vida de la Iglesia. Y no solo fue Lueta Bailey, fueron todas las mujeres caminando por el pasillo.” En ese día, ella se convirtió en la primera mujer en dar un discurso frente a la Convención General, hablando ante la Cámara de Diputados y Obispos a la vez.

Considera la magnitud de este hecho. La primera Convención General se llevó a cabo en 1785, y por 182 años, solo hombres participaron en ella. Por casi dos siglos, la Convención General, la autoridad temporal dentro de la Iglesia Episcopal más elevada, solo escuchaba y consideraba las voces de los hombres. Como dice el dicho: ¡Hablemos de llegar tarde a la fiesta!

Durante el discurso de la señora Bailey en 1967, llegaron noticias de que la Cámara de Obispos había aceptado la aprobación de una enmienda constitucional que permitiría a las mujeres a tener escaños. Dicha enmienda a la constitución llevo a dos votaciones en la Convención General, y luego de ello, la historia se reanudo tres años después, el 12 de octubre de 1970 en la Convención General de Houston. El Diario de la Convención General de 1970 relata esta historia parlamentaria:

La secretaría leyó el mensaje número 2 de la Cámara de Obispos, “el cual informo a esta cámara que los Obispos habían concordado con el mensaje No 2 de los diputados, en adoptar, de manera definitiva, la enmienda a la sección 4 del artículo 1 de la constitución, el cual, tras sustituir la frase “persona laical” por “Laico” remueve todas las barreras para darle a las mujeres un escaño en la Convención General.”4  

Si alguien te llega a decir que la gobernanza de la iglesia en un sin sentido y aburrida, tú les puedes decir que, en 1970, fue el mensaje No. 2 concerniente a la enmienda de la sección 4, articulo 1 de la constitución, que quebró todas barreras.

Veintiún años después de lo mencionado, en 1991, Pamela Chinnis se convirtió en la primera mujer elegida como presidente de la Cámara de Diputados, y en 2012, Yo me convertí en la primera persona ordenada que sostuvo dicha posición. En el 2018, yo presidí sobre la primera Convención General a la que la mayoría de los asistentes fueron mujeres. Y ahora, 52 años después que las mujeres recibieron sus escaños dentro de la Cámara como diputadas, la presidente en una mujer Laica de origen latino, y la vicepresidente es una mujer ordenada de origen indígena. No puedo esperar el cómo la presidente, Julia Ayala Harris y la vicepresidente Rachel Taber-Hamilton ejercen su liderazgo. ¡Abróchense el cinturón, Iglesia!

Inspirada por la serie de Obituarios del New York Times llamadas “Overlooked” o “Pasado por alto” en español, que tratan de mujeres olvidadas, yo comencé a investigar el cómo recordamos a las mujeres que rompieron el molde y les dieron a las mujeres dentro la Iglesia Episcopal la posibilidad de votar. La Cámara de Diputados ha decretado una necrología, ahora referido como un Rollo Conmemorativo, para que sea leído y anexado a la minuta de cada Convención General para honrar a los miembros de la Cámara que han fallecido. Parece que la mayoría de las mujeres que fallecieron en 1946 y 1970 no fueron incluidas. Yo investigue al respecto, y fue mi honor rectificar esta omisión cuando un Rollo Conmemorativo especial fue leído en la Convención General número 80 en Julio. Fue poderoso escuchar los nombres de 59 mujeres laicas quienes no había sido inmortalizadas. Estoy continuando con la investigación de momento, y yo planeo en escribir acerca de estas mujeres olvidadas que han hecho historia. Todavía hay historias por contar.

El liderazgo de estas mujeres ha ayudado a romper otras barreras. Mi amigo Gary Hall, un compañero del seminario que retraso su propia ordenación por un año, tras reusarse en recibir órdenes cuando sus compañeras no hacían lo propio, denota cinco maneras en que el liderazgo de las mujeres ha cambiado a la iglesia. Recomiendo este ensayo-también está incluido en “Looking forward, looking backward” o en español “Mirando adelante, Mirando atrás”, pero quiero hacer énfasis en uno en particular. Gary dice que el liderazgo de las mujeres ha significado que la iglesia ha reconocido lo que él llama “La particularidad de la ubicación social” “Yo diría” él dice, “Que el liderazgo de las mujeres que forman parte del clero y movimiento de laicos han sido la fuerza motriz en la diferenciación de nuestra iglesia en todos sus aspectos. Toda vez que los hombres en posiciones de liderazgo tuvieron que reconocer que su trabajo podía ser realizado por otros no identificado como ellos, ello los forzó a abrirse a la posibilidad de que la identidad de su propio genero (en lo atinente a lo racial y sexual) era codependiente y no absoluto.”5

Unos años atrás, les dije a un grupo de seminaristas que se identificaban como mujeres que, si vislumbramos a nuestra meta y la definimos como la igualdad de la ordenación para las mujeres en la Iglesia Episcopal, o si medimos nuestro progreso solo en el número de mujeres Obispos, estamos fallando en comprender la magnitud del trabajo al que Dios nos ha llamado. Especialmente ahora que estamos lidiando con las crisis de justicia racial en nuestra nación, debemos entender que la promesa del liderazgo de las mujeres dentro de la iglesia solo lograra su consecución cuando nos comprometamos totalmente a desmantelar el racismo, comportamientos misóginos, la homofobia, y toda clase de opresión que es la antítesis del Evangelio.

Yo también les dije de tener cuidado con los llamados a responder a la membresía en declive y a la cultura secular por medio de un ajuste a la jerarquía, y limitar los estilos de liderazgo que aceptamos y la variedad de voces que escuchamos. El legado de las mujeres en la Cámara de los Diputados ha sido el abrir las puertas no solo a las mujeres lideres, pero también a las personas de color, miembros de la comunidad Gay (LGBTQ), y a los jóvenes llamados a liderar a nuestra iglesia tan amada.

Gracias por su testimonio y ministerio. Hace una gran diferencia el relatar historias de las mujeres que han moldeado nuestra identidad como miembros de la iglesia.

Bibliografía

  1. Pamela W. Darling, New Wine: The Story of Women Transforming Leadership and Power in the Episcopal Church, (Cambridge, MA: Cowley Publications, 1994), 90-91.
  2. Lueta Bailey, interview by Mary S. Donovan, August 23, 1983, The Archives of the Episcopal Church.
  3. Anne B. Fulk, “Triennial Yesterday…The Matrix Affirmed.” Triennial Today ca. 1991, courtesy of The Archives of the Episcopal Church.
  4. General Convention, Journal of the General Convention of…The Episcopal Church, Houston, 1970 (New York: General Convention, 1970), 127.
  5. Hall, Gary. “But We Thought We Were So Normative: A Male Perspective on Women, Authority, and the Church” in Fredrica Harris Thompsett, ed. “Looking Forward, Looking Backward: Forty Years of Women’s Ordination,” (New York: Morehouse Publishing, 2014), 145.

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2023-03-10T15:27:47+00:00March 10th, 2023|

Episcopal Women’s History Project Award Ceremony

Rev Gay JenningsRev Gay JenningsRev Gay JenningsEpiscopal Women’s History Project

Award Ceremony September 9, 2022

The Rev. Gay Clark Jennings

Thank you very much for this invitation to join you today, and thank you so very much for the honor of receiving the, Every Woman Counts Award.

As requested, I am glad to share little bit about my story with some reflections on the leadership of women in our beloved church which is sometimes late to the party in terms of inclusion and counting everyone, but often works mightily to make up for a late arrival.

I was a young woman of 23 when I went to see the Bishop of Central New York to tell him I was going to seminary. It was August of 1974 and I had already been accepted at the Episcopal Divinity School in Cambridge, Massachusetts. I was going on my own self-devised trial year, but the rector of my parish said I should let the bishop know of my plans. So I met with Bishop Ned Cole, who looked like Methuselah, and I told him what I was doing.

I met with the bishop two weeks after the ordination of the Philadelphia 11, one of whom was resident in Central New York. Bishop Cole, although in favor of the ordination of women, was not amused.

He said, “Young lady, why exactly are you here? What do you want from me?”

I responded, “I came because my rector told me I had to come see you. And so here I am. And I don’t want anything from you. ” He replied, “You are the first person in a long time to come to see me who doesn’t want anything.”

He then looked at me over the bridge of his bifocals and asked me a question that I somehow knew was important to him. He asked, “Gay, what will you do if you aren’t ordained?”

I looked him square in the eye and said without hesitation, “Something else!” He burst out laughing and told me he hoped he would be the first to know if I decided I wanted to be ordained.  I didn’t tell him that I was still a member of the Presbyterian Church; that seemed irrelevant since I had been attending the Episcopal Church off and on for a couple of years when I was home from college. But that’s another story.

I went off to Episcopal Divinity School in Cambridge, Massachusetts for seminary, and my trial year turned into three. While I was there, I met, at a poker game, the man who has now been my husband for nearly 45 years. Albert and I were married on August 14, 1976, just before our last year in seminary and a few weeks before the historic 65th General Convention.

After taking our honeymoon and moving into a new apartment in Cambridge, I made the first of many church governance-related requests to which my extraordinarily patient husband has agreed over the past four and a half decades. “Honey, could you set up the apartment while I go to Minneapolis to see what will happen?”

Because the 65th General Convention in 1976 made the canons governing ordination equally applicable to men and women, I have served the Church as an ordained person for more than forty years. The Church we all love did “something else” when it passed that canon. I have a confession. When I was ordained so long ago, I thought that was the big story – that women could be ordained. But I was wrong. Really wrong. The primary reason I could be ordained was because of the witness and persistence of lay women – but I did not fully appreciate that fact as a young, ordained woman. The history of the witness and persistence of lay women is rich as so many of you know, and I thank EWHP for keeping so much of the history alive.

In the forty-six years since that tense day in Minneapolis, the leadership of women, lay and ordained, has changed the church, the way we govern ourselves and the way we understand broader issues of inclusion. The movement for women’s leadership established networks, generated momentum and raised up leaders who pushed for the full inclusion of gay, lesbian, bisexual and transgender people in the life of the church, insisted that we deal with clergy sexual misconduct, and galvanized other movements for social justice.

The truth I have come to understand is that my story begins not with the struggle for women’s ordination, but with the struggle for women to take their rightful place in the governance of the church by serving in the House of Deputies. That movement began in 1913, and some think we didn’t get the job done until 1970 when women were seated as deputies. But, for one convention, in 1946, a woman named Elizabeth Huntington Dyer from the Diocese of Missouri was seated in the House of Deputies.

Her bishop, Bishop William Scarlett, put her up to it. She was the sister of a priest and the niece of a bishop, and the people who wanted to see women take their place in the councils of the church thought she’d be hard to turn away.

Betsy Dyer served at that convention, but by 1949, the opposition had organized. Four duly elected women—one each from the Dioceses of Nebraska, Olympia, Missouri and Puerto Rico—were denied seats in the House of Deputies, and the convention decided to handle the controversy in that most Anglican of ways—appointing a commission. Its formal name was the “Joint Commission to Consider the Problem of Giving the Women of the Church a Voice in the Legislation of the General Convention.” Its report is in the Journal of the 1952 General Convention, and I commend it to you, especially if you are a student of the many and varying ways the church can avoid committing justice.

You won’t be surprised to learn that the Joint Commission to Consider the Problem of Giving the Women of the Church a Voice in the Legislation of the General Convention did not solve the problem it was convened to address. In fact, every General Convention between 1943 and 1964 rejected resolutions to seat women.

In 1964, the bulwark that male deputies had constructed began to crumble. Some of you know the story of how it finally fell—the wrecking balls included grace, shame and money. Dr. Pamela Darling tells the story in her book, New Wine, and I relied on it when I wrote a chapter on this subject in “Looking Forward, Looking Backward,” a book of essays edited by Dr. Fredrica Harris Thompsett, a deputy, a laywoman, and longtime seminary professor, to mark the 40th anniversary of women’s ordination. It is a story full of lessons for the pursuit of equality in the church. Here is what Pam Darling says:

Time after time the women of the Triennial politely petitioned, and time after time the deputies refused—as each Convention duly performed the rituals of deference and power embedded in the United Thank Offering, modestly presented by the women and magnanimously received by the men. Power does not bow to deference, and it was not until a greater power was exerted, in the form of the increasingly embarrassing distance between secular and church practices highlighted by Presiding Bishop Lichtenberger’s sharp rebuke in 1964, that the men of the Convention finally voted to allow women to join them as deputies.

Lichtenberger, a beloved bishop who was retiring due to ill health, spoke in firm tones to a joint session of the 1964 General Convention, pointing out to the assembled men the contradiction inherent in their refusal to seat women in spite of their willingness to accept nearly $5 million from the United Thank Offering and to adopt a document titled “Mutual Responsibility and Interdependence” from the 1963 Anglican Congress.

“What we did this morning and what we do now is reality—the other is, I believe, the unwillingness to face the fact that women are members of the Body of Christ, that they are of the laity and members of the Body of Christ,” he said.

Later in the day, House of Deputies President Clifford Morehouse, a distinguished publisher and supporter of seating female deputies, called the house to order and directed that Presiding Bishop Lichtenberger’s statement be read again. Despite that appeal, the deputies were unhappy with the Presiding Bishop’s attempt to influence business in the House of Deputies and stood firm.1

At the next General Convention, in 1967, the deputies finally gave way.2 Here’s why: As the Episcopal Church Women’s financial power grew, so did women’s political clout. The United Thank Offering, which had totaled just over $44,000 in 1875, was up to $2 million by 1949 and in 1951, received a single donation of over $1 million in addition to smaller gifts and coins dropped into its ubiquitous blue boxes.3

At the 1967 General Convention, Lueta Bailey of the Diocese of Atlanta was presiding officer of the Triennial, and she found herself at the center of a storm. Presiding Bishop John Hines was promoting a $9 million “Special Program” that he said would allow the Episcopal Church to “take its place humbly and boldly alongside of, and in support of, the dispossessed and oppressed peoples of this country for the healing of our national life.”

Bailey had been introduced to the issue of seating women female deputies in 1955 at General Convention in Honolulu, when she was first a delegate to the women’s Triennial Meeting. “I heard my first debate about women being seated as deputies and walked out because I was so angry, I didn’t know what to do,” she told Dr. Mary Sudman Donovan, who was herself a pioneer of women’s history in the Episcopal Church, in an interview for the Archives of the Episcopal Church in 1983. She was, she said, “In the House of Deputies and could only stand on the outside, you know, looking in…”

With Bailey presiding in 1967, the Triennial Meeting voted to approve Hines’ request that they contribute $3 million to the Special Program. The vote took place before the General Convention considered the initiative, and the women’s commitment to provide a third of the necessary funding exerted tremendous influence on the debate. In short, the women, denied a role in the governance of the church, exerted their authority by influencing the budget and pushing the church to look beyond itself in ministry and mission.

You will not be surprised to learn that many of the men did not like this turn of events. They complained that the women and their money were exercising too much power. Mrs. Bailey remembered, “We were constantly—harassment is not a good word but you never walked anywhere that some man who was a deputy didn’t bring up the subject,” She responded firmly and practically by locking the doors of the Triennial meeting hall.  “…Some were encouraged but others were not and that’s why we kept the doors locked,” she said. “Because I knew some of those prominent men and they could come in and influence us.”

Then came the vote on admitting women as deputies. First the House of Deputies and then the House of Bishops voted in favor of seating women as deputies. “As I walked down the aisle [in the House of Deputies] I’ll never forget the mass of men snapping pictures of me going down…it was a great day in the life of the church. And it was not Lueta Bailey, it was all the women walking down that aisle.” On that day, she became the first woman to address General Convention, speaking in both the House of Deputies and in the House of Bishops.

Consider the magnitude of that fact. The first General Convention was held in 1785, and for 182 years, only men participated in it. For nearly two centuries, General Convention, the highest temporal authority of the Episcopal Church, heard and considered only the voices of men. Talk about being late to the party!

During Mrs. Bailey’s speech in 1967, word arrived that the House of Bishops had concurred with passage of the constitutional amendment that would allow women to be seated. Amending the church’s Constitution takes two votes of General Convention, and so after that, the story picks up three years later, on October 12, 1970, at the General Convention in Houston. The Journal of the General Convention 1970 tells the parliamentary story:

The Secretary read Message No. 2 from the House of Bishops, “which informed this House that the bishops had concurred with Deputies’ Message No. 2, in adopting, in final action, the amendment of Section 4 of Article 1. of the Constitution, which, by substituting ‘lay person’ for ‘layman,’ removes all constitutional barriers to the seating of women as Deputies in the General Convention.”4

If anyone ever tells you that church governance is boring and pointless, you can tell them that in 1970, it was Message No. 2 concerning the amendment of Section 4, Article 1 of the Constitution that brought the walls tumbling down.

Twenty-one years after that, in 1991, Pamela Chinnis became the first woman elected as president of the House of Deputies, and in 2012, I became the first ordained woman elected to that post. In 2018, I presided over the first General Convention at which a majority of deputies were women. And now, 52 years after women were seated as deputies, the president is a 41-year-old Latina lay woman, and the vice president is an ordained Indigenous woman. I can’t wait to see how President Julia Ayala Harris and Vice President Rachel Taber-Hamilton exercise their leadership. Buckle up, Church!

Inspired by the New York Times’ “Overlooked” series of obituaries of forgotten women, I began looking into how we remember the women who broke the barrier and gave women the vote in the Episcopal Church. The House of Deputies Rules of Order call for a necrology, now referred to as a Memorial Roll, to be read and entered into the Journal at each General Convention to honor members of the House who have died. It appeared that most of the women seated in 1946 and 1970 were not included. I did a lot of research, and it was my honor to rectify this omission when a special Memorial Roll was read at the 80th General Convention in July. It was powerful to hear the names of 59 lay women who had not been memorialized. I am continuing the research and I plan to write about these overlooked women and the forgotten history they made. There are stories remaining to be told.

Women’s leadership has helped to break down other barriers. My friend Gary Hall, a seminary classmate who delayed his own ordination by a year, refusing to take orders when his female classmates could not, notes five ways in which women’s leadership has changed the church. I commend his essay to you—it is also included in “Looking Forward, Looking Backward,” but I want to note one of them in particular. Gary says that the leadership of women has meant that the church has recognized what he calls “the particularity of social location.” “I would argue,” he writes, “that the leadership of women clergy and laity has been the driving force in our church’s difference in all its aspects. Once men in church leadership had to recognize that their work could be done by others who did not identify as they did, they had to be open to the possibility that their own gender (and racial and sexual) identity was contingent and not absolute.”5

A few years ago, I told a group of seminarians who identify as female that if we envision our goal to be the equality of ordained women in the Episcopal Church, or if we measure our progress solely by the number of female bishops, we are failing to understand the magnitude of the work to which God has called us. Especially now, as we reckon with the crisis of racial justice in our country, we must understand that the promise of female leadership in the church will only be realized when we commit completely to dismantling racism, misogyny, homophobia, and all of the interlocking oppressions that are antithetical to gospel work.

I also told them to be wary of calls to respond to declining membership and a secular culture by circling the wagons, tightening up the hierarchy, and limiting the kinds of leadership we accept and the variety of voices we hear. The legacy of women in the House of Deputies has been to open the doors not only to women leaders, but also to people of color, to LGBTQ people, and to younger people called to lead in our beloved church.

Thank you for your witness and ministry. It makes a difference to tell the stories of the women who have shaped our identity and witness as the church.

Bibliography

  1. Pamela W. Darling, New Wine: The Story of Women Transforming Leadership and Power in the Episcopal Church, (Cambridge, MA: Cowley Publications, 1994), 90-91.
  2. Lueta Bailey, interview by Mary S. Donovan, August 23, 1983, The Archives of the Episcopal Church.
  3. Anne B. Fulk, “Triennial Yesterday…The Matrix Affirmed.” Triennial Today ca. 1991, courtesy of The Archives of the Episcopal Church.
  4. General Convention, Journal of the General Convention of…The Episcopal Church, Houston, 1970 (New York: General Convention, 1970), 127.
  5. Hall, Gary. “But We Thought We Were So Normative: A Male Perspective on Women, Authority, and the Church” in Fredrica Harris Thompsett, ed. “Looking Forward, Looking Backward: Forty Years of Women’s Ordination,” (New York: Morehouse Publishing, 2014), 145.

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2023-03-10T15:24:32+00:00March 10th, 2023|

Comunidades de pertenencia La Epidemia de la Soledad

Por qué tantos de nosotros nos sentimos solitarios- Y como pueden responder nuestros lideres

Por Susan Mettes: Brazos, pp. 224

Revisado por Cling Wilson

La Epidemia de la Soledad es lectura esencial para el clérigo y los laicos por igual, ya que explica la naturaleza de las epidemias y como la soledad ha alcanzado proporciones inigualables. La obra de Susan Mettes tiene una larga data y esta llena de reflexiones sobre el tema de la soledad.

El Libro Bawling Alone escrito por Robert Putman es una historia fascinante de como americanos han renunciado a compañías y otras formas de hacer comunidad desde 1950. Evidencia de más medio millón de entrevistas a lo largo de los últimos 25 años, Hacen que la investigación de Putman les muestre a los americanos cuan desconectados están los unos con los otros.

Bawling alone influencio otra serie de obras: El Libro Coming Apart de Charles Murray, Hillbilly Elegy de J.D. Vance, Them de Ben Sasse, y Allineated America de Tim Carney. Todos esbozan que nuestro individualismo nos menos felices, menos caritativos, menos productivos, menos conectados, y menos humanos.

Las cosas han empeorado aun muchas más. El reporte del Comité económico del congreso del año 2017 (What we do Together), rastrea los estragos que Putman identifica como el núcleo de la vida de la familia americana. Esto incluye una taza baja de matrimonios y fertilidad, menos participación en actividades religiosas, declive de la actividad comunitaria, y trabajo reducido.

Esto ha llevado a un alza en la taza de suicidios de todas las edades, pero específicamente en los hombres que oscilan las edades de los 25 a los 55 años. Tenemos una crisis de salud mental alimentado por la soledad rampante que existe. Sabias que, en el ano de 2018, el primer ministro Boris Johnson nombro a una ministra para la soledad, el Cirujano General de los Estados Unidos ha declarado a la soledad como una epidemia.

Mettes provee una perspectiva polifónica en cada tema, rastreando como la soledad nos afecta en diferentes edades, en el romance, inseguridad, redes sociales, en la fe y la asistencia a la iglesia, y en nuestras vidas privadas. La sección final del libro nos da estrategias practicas del como protegernos en contra de la soledad.

Su escritura está cargada con la investigación y descripciones de experiencias practicas y relaciones, lo que la hace accesible. Debido a que es una académica, su contenido no esta basado en anécdotas. La iglesia tiene mucho que aprender de ella, y tenemos que comprometernos con el concepto de soledad de una forma intencional.

Luego de la adoración, la comunidad es lo mas importante. Pero el reto de nuestra edad hiperindividualista nos ha llevado al aislamiento, requiriéndonos de encarar a la soledad con herramientas frescas. Mettes nos provee un verdadero regalo de la credibilidad académica.

Recientemente pase una semana en la ciudad de New York con el propósito de avanzar mi educación. Es una ironía de la vida el estar en una ciudad con millones de personas y todavía sentirse supremamente solo. Visite la Iglesia Episcopal de San Santiago en Manhattan. Me encontraba sin mi familia. Lo cual por una parte era reconfortante, pero por el otro era solitario.

Ore en esta hermosa iglesia donde semanas más tarde el hijo de Al Roker llamado Nick, hablaría directamente del rol que esta comunidad jugo en su vida. “Hoy, tengo 19 ano de edad y estoy a punto graduarme de la escuela secundaria. “dijo. “Tengo una discapacidad de aprendizaje, y he trabajado extraduro para llegar a este punto…Me siento empoderado aquí al igual que bienvenido. Soy aceptado tal como soy. “

Las Iglesias necesitan más historias como estas. Desde reuniones de estudio bíblico, la toma de café, grupos pequeños y bancos de comida, los cristianos pueden comunidades de pertenencia. Y aparte de nuestra vocación más grande que es la de llamar a la gente a la adoración y a tener una relación con el Dios Trino, uno de los mejores regalos que podemos dar son los antídotos en contra de la soledad.

Esto es lo que Dios ha hecho por nosotros, ya que servimos a aquel a quien “nuestros corazones están abiertos, que conoce nuestros deseos, y quien conoce nuestros secretos.”

La Reverendo. Clint Wilson es rectora de la Iglesia de San Francisco ubicada en the Fields, Harrods Creek, Kentucky.

Primeramente, impreso en la Iglesia “The Living.”


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2023-03-09T20:51:56+00:00March 9th, 2023|

Communities of Belonging

The Loneliness Epidemic: Why So Many of Us Feel Alone—and How Leaders Can Respond

Book by Susan Mettes: Brazos, pp. 224

Reviewed by Clint Wilson

The Loneliness Epidemic is essential reading for clergy and laity alike, as it explains the nature of epidemics and how loneliness has reached such proportions. The work of Susan Mettes has been preceded by a few decades of reflections on loneliness.

Bowline Alone by Harvard professor Robert Putnam is a fascinating account of how Americans have walked away from organizations and other forms of community since the 1950’s. Drawings evidence from nearly a half-million interviews across 25 years, Putnam’s research shows that Americans are increasingly disconnected from each other.

Bowling Alone spawned a cottage industry of other works: Charles Murray’s Coming Apart, J.D. Vance’s Hillbilly Elegy, Ben Sasse’s Them, and Tim Carney’s Alienated America. They all posit that our individualism makes us less happy, less giving, less productive, less connected, less human.

Matters have only grown worse. What We Do Together (2017), a report by the Congressional Joint Economic Committee, tracks the fallout of what Putnam identifies as American family life. This includes reduced marriage rates and fertility, lower involvement in religious activities, declining community activity, and reduced work.

This has led to an uptick in suicide rates of all ages, but especially among men ages 25-55. We have mental health crisis fueled, in part, by rampant loneliness. Did you know that, in 2018, English Prime Minster Boris Johnson appointed a Minister of Loneliness, and the U.S. Surgeon General has declared loneliness an epidemic?

Mettes provides a polyphonic perspective on the topic, tracing how loneliness affects us across different ages, in romance, through insecurity, on social media, in faith and churchgoing, and in our private lives. The final section of her book provides practical strategies for how to protect against loneliness.

Her writing is loaded with research and vignettes drawn from practical experiences and relationships, which make it very accessible. Because she is an academic, her content is not primarily anecdotal. The church has much to learn from her, and we need to engage the concept of loneliness with great intentionality. The appendix on “What the Bible Says about Loneliness” is worth the price of the book, and provides many helpful reflections for Christian preaching and teaching.

Following as it does from worship, community is our lifeblood. But the challenge of our hyper-individualist age has pushed us toward increased atomization and isolation, requiring us to engage loneliness with fresh tools. Mettes provides us with a real gift, born of academic credibility.

I recently spent a week in New York City for continuing education. It is a trope of urbanity that one can be in a city of millions and still feel incredibly alone. One of the parishes I visited was St. James’ Episcopal Church on the Upper East Side of Manhattan. I was without my family, which on one level was restful, but on a deeper level was isolating and lonely.

I prayed in this beautiful church where only a few weeks later Al Roker’s son, Nick, would speak directly to the role this community played in his life. “Today, I am 19 years old and about to graduate high school,” he said. “I have a learning disability, and I have worked extra hard to get to this point… I feel empowered here and welcome. I am accepted here for who I am.”

Churches need more stories like this. From parish coffee hour to Bible studies and small groups, to soup kitchens and food banks, Christians create communities of belonging. And apart from our highest call of drawing persons into worship and relationship with the triune God, one of the greatest gifts we can give is deep, textured community, the antidote to loneliness.

We are called to form environments in which persons can be known and seen for who they are, without being rejected. This is what God has done for each of us, for we serve the one to whom “all hearts are open, all desires known, and from whom no secrets are hid.”

The Rev. Clint Wilson is rector of St. Francis in the Fields, Harrods Creek, Kentucky.

First printed in The Living Church


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2023-03-09T20:50:40+00:00March 9th, 2023|

Prayer for Caregivers

Gift us, Lord, with the humility
of those who care beyond knowing
and being known; who give their time ungrudgingly
with simple and wordless presence;
who listen like the patient dawn
holding its breath,
anticipating birdsong even
from a dark and starless sky.

Teach us, Lord, the humility
of healing that seeks no cure
but peace, that knows no power
but hope. Grant our service
the self-forgetfulness that sees
only the other; grant our hearts
that wisdom which discerns
the riches in poverty, the strength
in weakness, the life in death.

Hold us, Lord, in the mercy
that is as ready to share tears
as to dry them; as willing to carry
the cross as to roll away the stone.

Guide us in our walk
across waves of suffering too rough to bear,
that we, like you, may have the courage
to extend our hand to our sinking neighbor,
and so together reach the still harbor of grace.

Anne M. Windholz, MDiv, PhD


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2023-03-09T20:47:51+00:00March 9th, 2023|

Prayer For a Friend in Need

Heavenly Father, a Friend most dear
has asked for prayer.
For she and her family have had
an awful lot to bear.

So many of us hold her dear
but simply are unable to hold her near.
So we pray Father that you bestow
comfort and hope that only You can give
to those near the end of the rope.

Friends may offer words of support and cheer
but these sometimes just aren’t enough
for those living with fright.
Fear of loneliness, of hopelessness,
of things that go bump in the night.
Fear even of – well – fear.

Help them see the healing that comes with time,
as hours turn to days, and days to weeks,
weeks into months and then again…

Just as You have provided Your Plan of how
the darkness of the ember-ary’s is slowly
replaced by rebirth which eternally springs forth;
followed by the warm, somber days of reflection
before falling into hallowed memories of feasts
prepared with love and eaten in thanks; and then,
that Season of light, hope and love as we,
each in our way, celebrate that most memorable
remarkable day of all, the birth of Your Son.

Father, you have given us the light
to see there is strength in might.
That the power we possess in praying
for one another, bonds us together,
each to the other.

Dennis Clark – ©

Parliamentarian for the National Board 


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2023-03-09T20:46:11+00:00March 9th, 2023|

La Campaña de la lista de Regalos de Amazon

Lisa BortnerEscrito por Lisa Bortner

En una reciente reunión provincial número VII, Lindsey Murphy, la directora de la iglesia de la transfiguración localizada en el ministerio del banco de comida, compartió con nosotros una idea innovadora de cómo llevar a cabo la campaña. En vez de preguntarle a los feligreses que traigan ciertos artículos a la iglesia para ser donados a una causa caritativa especifica, ella creo una lista de regalos en Amazon. Si no estas familiarizado con dichas listas, funciona de la siguiente manera. Primero que todo, la iglesia debe crear una cuenta en Amazon.

Quien quiera que sea el coordinador para la iglesia va entonces a acceder la página de Amazon y escoger los artículos que el recipiente de la campaña ya ha dicho que se necesitan. Por ejemplo, si el recipiente de tu campaña es “Shower Ministry” (El Ministerio para Fiestas de Bebes), el coordinador podría establecer una lista de regalos de ropa interior, medias, jabón, pasta dental, cepillos dentales, etc. Tu podrías hasta indicar el número de artículos que son necesitados. Toda vez que la lista de regalos ha sido creada, entonces tu compartirías la lista de regalos con tu congregación.

Lindsey indico que la manera más fácil de hacer lo antes mencionado es por medio de la creación de un Código QR para tu lista. De nuevo, quizás te estes preguntando: ¿Como se crea un Código QR? Hay muchas páginas en la internet que se pueden usar para crear un Código QR. Escoges una, entras el enlace de la lista de regalos de Amazon en el generador del Código QR, y luego de estos pasos bien simples, tendrás un Código QR listo para tu lista de regalos. Este Código QR puede ser compartido con la congregación a través de un correo electrónico, en el boletín dominical, o expuesto en el salón de la iglesia. La persona que desee contribuir a la campaña ahora solo tiene que escanear el Código QR, escoger lo que desean comprar de la lista de regalos, y comprarlo.

El articulo va a ser entregado directamente a la dirección del ministerio de campaña escogida y ya preestablecida en la cuenta de Amazon. Ya no hace falta salir de compras para conseguir un artículo, traerlo a la iglesia, y dejarlo en el compartimento para que sea recogido por el coordinador de la campaña. Ahora puedes comprar y donar artículos directamente al ministerio desde la casa. Nunca ha sido tan fácil.

Amazon también tiene un programa que se llama AmazonSmile (Sonrisas Amazon) donde las organizaciones sin fines de lucro pueden crear una lista de regalos para que aquellos que quieran donar puedan hacerlo en línea. Este programa te permite crear una lista de caridad que los compradores pueden buscar para de esa forma comprar artículos para tu organización. Amazon envía los artículos directamente a tu organización. Como un bono, la organización gana un 0.5 por ciento de las compras elegibles en donaciones de dinero en efectivo que Amazon luego le paga a cada organización trimestralmente.


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2023-03-09T20:42:10+00:00March 9th, 2023|

Outreach Amazon Wish Lists

Lisa BortnerBy Lisa Bortner

At a recent Province VII gathering, Lindsey Murphy, the outreach director for The Church of the Transfiguration in Dallas’ food bank ministry, shared with us an innovative way of approaching outreach. Instead of asking parishioners to bring certain items to church that would be donated toward the chosen outreach, she created an Amazon wish list that was used instead. If you’re unfamiliar with Amazon wish list, here’s how it works. First of all, the church would have to have an Amazon account.

Whoever is the outreach coordinator for the church would then go to Amazon and choose items that the outreach recipient has already said are needed. For instance, if your outreach recipient is a Shower Ministry, the coordinator may set up a wish list of underwear, socks, soap, toothpaste, toothbrushes, etc. You can even indicate how many of each item is needed. Once the wish list has been created, you would then need to share the wish list with your congregation.

Lindsey indicated the easiest way to do this is by creating a QR code for your list. Again, you may be wondering: How in the world would I create a QR code? There are many websites that can be used to create a free QR code. Choose one, enter the Amazon wish list web address in the QR code generator, and after a few simple steps, you now have a QR code for your wish list.

This QR code can then be shared with the congregation through an email, in the church bulletin, or displayed in the church hall. The person wishing to contribute to the outreach project now just needs to scan the QR code, choose what they wish to purchase from the wish list, and purchase it.

The item will be delivered directly to the chosen outreach ministry’s address that was set up in Amazon. There’s no more going out shopping for an item, bringing it to church, and leaving it in a bin for pickup by the outreach coordinator, and then the coordinator having to deliver the items to the chosen ministry. You can now shop and donate items directly to the ministry from home! Doing God’s work has never been easier.

Amazon also has a program that is called AmazonSmile where non-profits may create a wish list so that those who wish to donate can do so online. This program allows you to create a charity list that buyers can search and purchase items for your organization. Amazon sends the items directly to the organization. As a bonus, the organization earns 0.5 percent of eligible purchases in cash donations that Amazon pays out to each organization quarterly.


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2023-03-09T20:42:44+00:00March 9th, 2023|
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